miércoles, abril 25, 2007

EL ÚLTIMO METRO

Si los que acostumbran a transitar por los pasillos del metro de Barcelona se encuentran hoy con un violinista interpretando la (ma)Chacona de Bach, probablemente sea Joshua Bell entreteniendo la espera antes de destripar en directo el concierto para violín de Beethoven en el Palau de la Música Catalana, esta noche a las 21:00 h.

No he comentado hasta la fecha nada sobre el "experimento de Washington" porque lo único que demuestra, para ruina de la ciencia, es que cada vez hay más oligofrénicos dedicados a la investigación.

Para los alérgicos a la frivolidades periodísticas resulta mucho más instructivo leer la ficha policial del violín que toca Bell: el Stradivarius "Gibson", construido en 1713, que perteneció a Bronislaw Huberman, violinista cuyos prodigios de niñez asombraron a Brahms, y fundador de la Orquesta Sinfónica de Palestina, hoy Filarmónica de Israel.

El caso es que a Huberman le sustrajeron el Gibson en el Carnegie Hall un mal día de febrero de 1936, y nunca lo recuperó. El ladrón, Julian Altman, que en el lecho de muerte confesó en 1986 su delito, estuvo interpretando música frívola con el célebre instrumento durante casi 50 años en locales de dudosa reputación, sin que nadie percibiera el brillo de la joya que lucía entre sus manos.

Ahora, al lado de medio siglo de anonimato ¿qué representa pasar desapercibido tres cuartos de hora en un pasillo subterráneo? La respuesta está en las sonrisas dibujadas por las efes del Stradivarius "Gibson", oberturas que comunican la superficie con su subsuelo. Como dos bocas de metro.

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