Una cosa es tocar notas sin ton ni son, y otra muy distinta convertirlas en música. Hoy, por primera vez desde lo que se me antoja una eternidad, los sinfónicos del Vallés, cuales alquimistas, hemos convertido el plomo de la obertura Oberon, de Weber, en oro de muchos quilates. Quizá demasiados ya que el tempo bradicárdico impuesto por Jordi Mora, el director, predisponía a una interpretación hipotensa. Existe una causa: cuantas más cosas quieres expresar más tiempo necesitas para contarlas, y Mora exige que deletreemos todas los compases de Oberon con dicción de cristal. Pero también hay un efecto: una ejecución al límite del ahogo, pues sospecho que el sonido de nuestra orquesta no tiene la densidad adecuada para acomodarse a un pulso tan lento.
Eso sí, como ya apunté ayer, el fraseo reclamado por Mora es de altos vuelos: “ya nadie frasea así, aprovechadlo” nos ha confesado hoy en un momento de gozo. Puede parecer una máxima presuntuosa, pero es cierto que en estos tiempos convulsos ningún director da prioridad al fraseo. El mismo Mora nos ha descubierto el motivo: “Para un músico de orquesta ser sinfónico significa saber escuchar a los demás instrumentos, y ayudarles cuando reconoce que sus discursos son más importantes que el propio.” ¿Entendéis ahora porque ya nadie frasea así? En la vida, quiero decir.