Cuando la melodía te asalta por vez primera, así, acompañada de manera tan frívola, celebras la mano diestra del autor. Enseguida, sin embargo, la apartas a un lado porque en el escenario están de fiesta. Crees, en fin, que la emoción ha estado sólo de paso, dejando como recuerdo en tu cerebro la memoria leve de un amor primaveral.
Es más tarde, cuando reaparece a traición, que descubres que la melodía no tan sólo no había abandonado tu cuerpo, sino que ahora ha hallado la manera de humedecerte los ojos desde tu garganta anudada. Estoy convencido de que el compositor no habría conseguido el mismo (a)efecto si no me hubiera obligado a engullir en el preludio esta bomba emocional con temporizador: cuando el reloj de la acción marca los tres cuartos en punto del segundo acto, el minuto 1:30 del siguiente vídeo, la música estalla dentro de ti en una inmensa pena. Porque ahora ya sabes que la amas, non è vero?