
El modelo de negocio de las músicas inclasificables y clasificables está mutando a velocidad de vértigo. Antes del apocalipsis financiero
bastaba un acuerdo entre los artistas y el promotor o el
auditorio para que una orquesta y derivados
dieran la nota ante un público solvente . Hoy, la insolvencia generalizada se apresura a
tramitar la jubilación anticipada a la facilidad del sistema
aunque el nombre de los implicados ya tenga entrada en las enciclopedias. Pongo por caso, en
Barcelona, a más de un solista y director con 3
estrellas Michelin les ha quedado muy cruda la taquilla.
La organización de un concierto, pues, ya no depende sólo de una unión monógama.
Dicho en el lenguaje marxista más cómico : la parte contratante de la primera
parte ya no será considerada como la parte contratante de la primera parte. Y la parte contratante
de la segunda parte ya no será
considerada tampoco la parte contratante de la segunda parte. Es más,
la primera parte y la segunda parte son y serán la misma parte, la contratante y la contratada
.
Esto se traduce en cocinárselo y
comérselo uno mismo, con o sin estrellas Michelin de por medio, a través de un banquete de alianzas entre diversos
actores con el objetivo de dar a luz un concierto pródigo : orquesta, coros,
solistas y simpatizantes, empresas
privadas, instituciones públicas, y el público, entendido desde el individuo hasta
una asociación, que además de espectadores
están invitados a participar también como cómplices y hasta de intérpretes accidentales.
Este esquema polígamo en la
producción de un concierto abre un sinfín posibilidades. La más tierna, que el espectador deja de ser el convidado de
piedra y participa activamente en el proceso de producción y creación.La más
jugosa, que recuperamos una de las
finalidades básicas de la cultura: crear comunidad alrededor de una obra arte
que es clásica porque, como pontificó Umberto Eco, aún no ha terminado de decirnos lo mucho que
sabe sobre nosotros.
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