En una ciudad cualquiera de un futuro indeterminado, la unión de un director de orquesta creativo, un gerente genial y una orquesta de músicos talentosos revolucionará el mundo de la música sinfónica. Y yo, entonces, podría salvarme.
Interpretarán obras abarcando los estilos más dispares. Así, lo mejor del jazz, la música para el cine y el teatro, la contemporánea no onanista, la moderna sin las muletas del chim-pum, la de culturas lejanas que ya no lo serán tanto, y otras, compartirán espacio sonoro en un mismo programa con el repertorio tradicional de una orquesta que, no teman, seguirá constituyendo el eje central de su actividad. Además, todos los conciertos serán temáticos, pero sin caer en didactismos infantiles porque un auditorio no es una escuela para adultos, invitando a la reflexión o simplemente al goce lúdico. Y yo, entonces, podría salvarme.
Los músicos de la orquesta y el director ya no serán confundidos por camareros en el bar del auditorio, pues su indumentaria consistirá en un sobrio y elegante traje contemporáneo, ideado por un diseñador abstemio y alérgico a cualquier tipo de sustancia alucinógena. Que alguno habrá en el futuro, por Dios. Y sí, entonces yo podría salvarme.
Desaparecerán las butacas sin visibilidad de su sala de conciertos, pues gracias a un convenio con una emisora local y una multinacional ineludible, como todas, uno de cada dos asientos dispondrá de una pequeña pantalla de vídeo que, entre otras funciones, acercará al público los rostros de los intérpretes en pleno proceso de dar a luz una obra de arte. Y yo, entonces, podría salvarme.
Los programas de mano dejarán de parecerse a las necrológicas de un periódico o a las ponencias de un congreso de forenses. Sus portadas serán diseñadas por artistas locales y en su interior, relatos de ficción de autores respetados aguardarán impacientes a que la ávida mirada de un lector les descubra el alma oculta entre sus palabras. Y yo, entonces, podría salvarme.
Pero no, no me salvaré. Porque cuando se cumpla esta profecía ni tú ni yo estaremos aquí para verlo. De modo que tendré que resignarme a que me sigan pidiendo un café en el bar del auditorio, a tocar notas sin música muchas noches de concierto, a leer con asco las mismas autopsias en los programas de mano, a que se me ponga cara de tonto cada vez que tomo siento en una butaca sin visibilidad, a que el director le dé la espalda a su tiempo también cuando no dirige. En resumen, a que nadie tenga el valor para abrir de par en par las ventanas de la música sinfónica para que entre aire fresco.
No, yo no estaré aquí cuando un director de orquesta creativo, un gerente genial y una orquesta de músicos talentosos anuncien al mundo desde una ciudad cualquiera de un futuro indeterminado: "La música clásica ha muerto. Viva la música ". Estoy condenado.
5 comentarios:
¡Eso no se hace 'blogastero'!
Que empecé leyendo 'allegro ma non troppo', por aquello del futuro indeterminado, la profecía; fui siguiendo 'vivace' ese rastro de salvación, por aquello del director creativo, las obras dispares; 'presto' me adentré en el nuevo mundo con músicos trajeados, alguno incluso con 'ecualiseta' -y no miro a nadie-, con asientos 'panorámicos'...
Y cuando ya me iba a proponer voluntaria para el diseño de los programas de mano (peinando alguna que otra letra entre alguna que otra imagen) me matas con ese 'ni tú ni yo estaremos aquí para verlo'.
¡Eso no se hace 'blogastero'!
Saludos.
Mil disculpas,Isa, pero el "tempo" en el contexto actual de la música clásica es "adagio molto". Al menos, en mi entorno.
En ese caso no será necesaria disculpa alguna, bastará con una sonrisa.
Saludos ad libitum.
Evidentemente, el aire fresco ha llegado con este espía de mahler. Lejos de los bravos y cerca de la música. Muy, muy bien.
Gracias, sarabanda, por la visita y los ánimos.
Saludos
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