Elisabeta Jacobi atesoraba un secreto. El de un suicidio forzado que perseguía resolver esta ecuación: X igual a deportación a Siberia multiplicado por deshonor elevado a la infinita potencia. X como máscara de la homosexualidad. La del Chaikovski que apenas acababa de estrenar su sinfonía más patética. La sexta. La última. Elisabeta Jacobi era la esposa de Nikolai Jacobi, fiscal en jefe del Departamento de Apelación criminal en el senado ruso, depositario de una carta del conde Stenbock-Fermor al zar Alejandro III, quejándose con retórica incendiaria de las excesivas "atenciones" de Chaikovski hacia el sobrino del noble.
La mayoría de implicados en esta historia -que tiene lugar en otoño de 1893-, Nikolai, Chaikovski, e incluso el objeto de deseo, el sobrino, tenían en común ser o haber sido alumnos de la escuela de Jurisprudencia. El caso es que las consecuencias para el prestigio de la institución y la honorable heterosexualidad de sus miembros, derivadas de una más que probable condena pública al compositor, eran estremecedoras. Nikolai no pierde el tiempo y convoca un tribunal de honor integrado por los antiguos compañeros de aula de Chaikovski.
El tribunal y el acusado se dan cita en casa de Nikolai. Elisabeta hace calceta mientras escucha durante toda la tarde la música del juicio, pero no la letra, desfigurada por el muro que separa el estudio de su marido de la habitación donde ella se encuentra: voces de registro grave con dinámicas que, a medida que pasan las horas, progresan del grito al murmullo, de forte a pianíssimo. Y a su fin, el silencio.
Chaikovski murió unos días después. Los periódicos escribieron que víctima del cólera, pero el síntoma más relevante de su agonía, un pavoroso dolor en el pecho, no acostumbra a ser el arma habitual de la enfermedad, sino del envenenamiento por arsénico.
Lo que las crónicas no dicen, porque sólo lo han imaginado mis neuronas más románticas, es que cuando Elisabeta escuchó por vez primera el último movimiento de la Patética, compuesta semanas antes de que Chaikovski fuera juzgado, no sólo reconoció la banda sonora del juicio, sino que incluso, y sin ninguna palabra por medio, entendió la letra.
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