miércoles, octubre 25, 2006

A LA SOMBRA DE UN SOL MENOR

¿Por qué amo a Mozart? Porque él me descubrió lo que yo podría ser si no fuera obra del dolor.
Cioran

El último testimonio instrumental a dos meses de distancia de la fosa común. Para Cioran (*), la versión laica de un Réquiem aún por hacer, o acaso un discurso sobre el paraíso perdido declamado por la voz de un clarinete: literatura. Nadie puede creer que Mozart confesará una derrota en la primavera de re mayor, cuando las cuerdas, libres del acoso de los dedos, salen a tomar el aire. Quizás sólo Sidney Pollack cuando rellenó con la música para un viento solista el silencio más sonoro de las memorias africanas de Isak Dinesen.

No, Cioran. A un amigo con quien has compartido los delirios de la última cosecha de vino y los secretos de la francmasonería -el clarinetista Anton Stadler, destinatario del concierto- no le ofreces la rendición de tu espíritu envuelta con el celofán de un adagio (mp3).

El boceto del Apocalipsis espiritual del Réquiem se perfila a la sombra del sol menor de una sinfonía que en 1788 acaba de cruzar la frontera psicológica de los 40. Los estudiosos dicen que Mozart trasplantó la oscuridad de la palabra "muerte", que entonces sentía próxima, al acompañamiento (mp3) del primer tiempo. Les creo porque he arrastrado atemorizado mi arco por el pavimento dorado de las cuerdas de la viola, en un intento desesperado por salvarlo de caer por el precipicio del Confutatis sinfónico del último movimiento. La inutilidad del esfuerzo tiene consuelo: para llegar a Júpiter en 41 sinfonías de tiempo, debes pasar antes por Marte en la 40.

La tristeza confesada con rabia a la sombra de un sol menor. Nadie llora en re mayor. Sólo Cioran:

(*)

El adagio de su último concierto para clarinete y orquesta nos pone de manifiesto un Mozart cambiado; no convertido sino caído; no transfigurado sino vencido. Una música en la que una sutil y etérea melancolía rechazaba la tristeza material y el entusiasmo gracioso excluía la otra cara de la vida, y que, de pronto, se desliza por la pendiente opuesta, donde será irremediablemente vencida. E1 hundimiento del sueño de toda una vida. Aunque formalmente pueda reconocerse todavía al Mozart de antaño, la atmósfera y los reflejos afectivos constituyen una sorpresa extrañísima. La tristeza de las últimas creaciones de Mozart, en especial la sombría atmósfera del concierto para clarinete y orquesta, da la sensación de un deterioro de su elevación espiritual, de un descenso hasta el cero vital y psíquico. Cada tono marca un paso hacia la disolución y aniquilación de nuestra jerarquía espiritual. Arrojamos uno tras otro los velos de nuestra alma, nuestras ilusiones se diluyen y convertimos su transparencia en vacío. La tristeza musical de ese final mozartiano es como un murmullo subterráneo; contenida y, sin saber por que, cohibida.

E. M. Cioran, El libro de las quimeras. Barcelona, Tusquets, 1996

martes, octubre 24, 2006

EPITAFIO

Aquí he escuchado el epitafio del compositor Alfred Schnittke (1934-1998); la grafía musical de la muerte: un silencio estridente (fff) prolongado eternamente por un calderón que, como el ojo de un dios mítico, te mira.


domingo, octubre 15, 2006

TIMBRE DE ESPADAS

Otro apunte sobre la curiosa relación entre Benjamin Franklin y la música: en 1945 fue descubierto en París el manuscrito de un singular cuarteto de cuerda acompañado de un texto que otorgaba la autoría al polifacético personaje ilustrado. Aun cuando la instrumentación de los cuatro movimientos de la obra alimenta mi malhumor, -prescinde de la viola, ocupando otro violín su lugar-, debo reconocerle su espíritu literario: tres violines mosqueteros y un violonchelo D'Artagnan.

La referencia no es gratuita, y no sólo por el origen galo de la partitura, compuesta, dicen, en París por Franklin en 1778, sino porque su puesta en escena imita a la de los maestros de esgrima en plena exhibición. Y es que los cuatro instrumentos están afinados en tonos diferentes, -sccordatura es el nombre científico que define esta técnica de alterar la afinación original- ofreciendo un generoso espectro sonoro de 16 notas que hacen sobrero el gesto de deslizar la mano izquierda por el batidor. Según Franklin, así:


Cortesía de Castpost


Como habréis comprobado, el fragmento no excele por su invención melódica o armónica. Tanto da, pues todo apunta a que la finalidad de este rompecabezas musical no era figurar con letras de oro en el vademecum de la música de cámara, sino, a través de una demostración de ingenio, seducir a Madame Brillon, una consumada intérprete de pianoforte, cuyo salón Franklin frecuentaba entonces en París con una asiduidad que excedía la mera cortesía. Mi debilidad mental me impulsa a imaginar que tras escuchar el timbre de cuatro instrumentos en sccordatura, como el entrechocar de floretes en los mosqueteros imaginados por Alejandro Dumas, de los labios de la dama brotó la primera evidencia de un corazón enamorado: touchée.

viernes, octubre 13, 2006

MÚSICA DE VIDRIO

Gracias a él no existe mal rayo que te parta entre cuatro paredes. Pero el pararrayos no es el artilugio inventado por Benjamin Franklin con el que ahora intento evitar que el tiempo se me escurra por el sumidero del puente del Pilar, sino su original armónica de vidrio, de timbre new age avant la lettre. El caso es que tras entrar en el selecto club de los abajo firmantes de la declaración de independencia de los Estados Unidos, Franklin viajó primero a Londres y después a París como embajador de la flamante unión política de estados recién estrenada, donde permaneció hasta 1785.

En su viaje a Europa el inventor podría haber llevado consigo la armónica de vidrio que ideó en 1761, ingenio musical compuesto de copas de vino de diferentes tamaños dispuestas horizontalmente de manera ordenada según sus medidas, que se montan a través de un eje tras haberlas amputado el pie, y, aunque suene a redundancia, agujereado el culo, con perdón. Un pedal permite al intérprete rodar con el pie el eje a gran velocidad mientras frota con los dedos humedecidos con agua los bordes de las copas.

Podéis disfrutar del resultado de esta técnica refrescante en el siguiente ejemplo, un fragmento de la canción popular Greensleaves:


Cortesía de Castpost

El timbre sobrenatural de la armónica de vidrio atrajo de inmediato la atención de compositores sobrenaturales, como era de esperar por simpatía. Mozart, pongo por caso, -quien acaso coincidió con Franklin durante la breve estancia del compositor en París el año 1778-, compuso en último año de su vida, 1791, dos obras destinadas a este instrumento de carácter impresionista también avant la lettre. He aquí un fragmento del Adagio en don mayor, KV. 362:



Cortesía de Castpost

Si ninguno de los dos ejemplos precedentes os ha hecho gracia, vosotros mismos podéis buscarla como intérpretes en esta armónica virtual de vidrio, cuyo sonido no depende de humedades, ni de pedales, ni de culos agujereados en redundancia. Buena suerte.

Benjamin Franklin

lunes, octubre 09, 2006

BLA, BLA, BLA...

"La melodía une a los hombres. Si dentro de cien años todavía existe la raza humana, una de las razones de su supervivencia habrá sido la música, porque las palabras tienden a separarnos, pero el ritmo y la melodía unen a los hombres. Y si la humanidad se autodestruye será por su dependencia de las palabras, por la falta de uso de otras formas de comunicación como la pintura, la arquitectura, la danza, la música....

Peter Seeger

domingo, octubre 08, 2006

SERRAT Y YO

El rectángulo del escenario en el campo de golf de Bonmont, Montroig del Camp, (Tarragona). La humedad. La mayonesa artificial de un bocadillo de atún. El único botón sin abrochar de la camisa negra. Un agujero en el césped lejos de la pelota de golf más próxima. La voz enmohecida del ex "conseller" Siurana en el "pregón" inaugural del concierto. La primera nota gratis, la; la primera nota pagada, el mi bemol de Barcelona i jo. Los aplausos de Versace, Toni Miró y Zara, con gente anónima en su interior. Un grito, "Nano, te queremos"; la respuesta: una sonrisa. La humedad II: la viola suda . Correspondencias, Ara fa vint anys que dic que fa vint anys que tinc vint anys y el tempo de la canción: negra con punto=60. Otro grito: "Guapo"; la respuesta: "Gracias, Antonia". La humedad III: el violista suda. El blanco y azul de una bandera argentina que una mujer gruesa agita después de cada tema. Pausa.

El coraje del último pitillo ante la llama del encendedor. Una botella de agua medio vacía o medio llena, vaya usted a saber. El abrazo entre Serrat y un hombre disfrazado del Travolta de aquel sábado por la noche; es Luis del Olmo.

Pare, que nos han declarado la guerra. La humedad IV: el arco patinando sobre cuerdas de hielo. La Cançó de matinada a las once de la noche. Mediterráneo en calma en el rumor de más aplausos. "Paraules d'amor" en todas las bocas y en los ojos cerrados de una bellísima adolescente . Cantares nota a nota, verso a verso. La última nota de oficio: un re natural.

El estampido impaciente de la última ovación. El estampido paciente de los fuegos artificiales. Una chaqueta "XXL" con un ciudadano francés talla "L", voilà, en su interior. Una pelota de golf lejos del agujero más próximo. El único botón abrochado de la camisa negra. El tomate de rama de un bocadillo de jamón salado. La humedad. Una lectura en el autocar de vuelta: Título de la redacción: "Elementos contingentes del rectángulo observado. Nunca suspendía, si no me salía, sólo me obligaba a repetir el ejercicio. Esto sí, hasta el infinito, si hacía falta. Aquella redacción me costó tres meses. La repetí y repetí, hasta que un buen día me limité a escribir: "El único elemento contingente es el rectángulo".

viernes, octubre 06, 2006

UN VALIUM DE MÚSICA


El hecho que los músculos del repertorio sinfónico del siglo XX y el ansiolítico más utilizado para soportar la modernidad, el Valium, compartan un mismo origen, demuestra que ningún guionista puede superar la brillantez de la Historia en la construcción tanto de argumentos de tragedia como de comedia. Tal vez sólo a Billy Wilder se le hubiera ocurrido imaginar un personaje tan singular que hermana la música con, y dicho sin ánimo de ofender, la psiquiatría: Paul Sacher (1906-1999), presidente del Consejo de Administración de la empresa farmacéutica Hoffmann-La Roche, fabricante del susodicho calmante, además de director de orquesta y mecenas de los nombres comunes de la música del siglo pasado.

Sacher, de quien este año celebramos el centenario de su nacimiento, crea y dirige a los 16 años su propio "laboratorio", una orquesta integrada por sus compañeros de aula, ejercicio escolar que le aporta la pericia justa para gobernar cuatro años más tarde, no sin antes dejarse esculpir el gesto por el maestro Félix Weingartner, un instrumento con el que se compromete a conjugar el futuro de la música en tiempo presente, la Orquesta de Cámara de Basilea.

Paul Sacher

Los años veinte se precipitan por la pendiente de los 1900, y la apuesta por la modernidad de Sacher, empeñado en que una ciudad sin carisma como Basilea compitiera con París, Berlín y Viena en la capitalidad de la vanguardia musical, despierta pasiones entre los jóvenes adinerados suizos deseosos de ahuyentar al aburrimiento de sus vidas ociosas. Entre ellos, Emanuel Hoffman, heredero de la empresa farmacéutica Hoffman, y Maja, su esposa, madre adoptiva de las últimas criaturas pictóricas que alumbraban en esa época, no sin dolor, los pinceles de Chagall, Picasso y Miró. El matrimonio cayó enseguida bajo el influjo de la magnética personalidad del joven Sacher, cuyas ambiciones, inversamente proporcionales a los recursos económicos a su alcance, no encajaban por aquel entonces en el rompecabezas de su vida.


Maja Sacher

El destino brindará a Sacher la solución a su personal problema matemático en un paso a nivel sin barrera, donde la muerte sorprende a Emanuel Hoffman con las manos en el volante de su automóvil: "Fui directo hacia Maja" confesó sin avergonzarse a Lesly Stephenson, autor de la última biografía publicada del millonario. Así, en 1934, un devoto de la música contemporánea, sin posibles, contrae matrimonio con la viuda más rica de Suiza y madre adoptiva de los pintores de vanguardia. Tres años más tarde brotan los primeros frutos de la unión: la "Música para cuerda, percusión y celesta", de Bela Bartok; la "Rapsodia", de Conrad Beck; y "Das ewige Brausen", de Willy Burkhard; partituras encargadas por Paul Sacher que él mismo estrena el 21 de enero de 1937. Las primeras de una numerosa lista de obras, cerca de 200 en 60 años, con las que la música del siglo XX adquiere musculatura de culturista gracias al esfuerzo de los gimnastas del pentagrama más talentosos de la época: Igor Stravinsky (Concerto en re), Richard Strauss ( Metamorfosis), Arthur Honneger (Sinfonía n.4), Bohuslav Martinu (Toccata e due canzoni), Bela Bartok (Divertimento), al que sigue un extenso etcétera del mismo calibre.

Años más tarde, las ambiciones extremas de Sacher recibirán una nueva inyección de vitalidad a través de una prodigiosa fórmula química: tras décadas de poner los nervios de punta a todos aquellos melómanos cuyo gusto musical hallaba amargo cualquier plato cocinado después de Mahler, o acaso de Brahms, la empresa farmacéutica que preside Sacher comercializa en 1973, quizá pensando en ellos, el ansiolítico Valium.

Los damnificados por las partituras patrocinadas por Sacher nunca fueron advertidos de que el consumo de tal medicamento contribuía a financiar la gestación de más obras cuya audición les conducía a repetir el tratamiento, ingresando en un círculo vicioso sin salida, pues el origen de la enfermedad se hallaba, precisamente, en el remedio. Un negocio redondo, en fin.

Si el gusto de quien recorre estas líneas quedó atrapado en las redes del último Romanticismo, le recomiendo, como terapia de choque para amoldar sus orejas a los nuevos tiempos, la audición parcial de una obra de uno de los compositores patrocinados por Sacher:


Cortesia de Castpost

Cabe la posibilidad, sin embargo, que al cabo de unos segundos la crispación de su sistema nervioso le haga saber que ha fracasado en el intento. En tal caso, en lugar de consumir un Valium, para recobrar la calma interior bastará con decirse en voz baja la cola del epitafio capturado en la imagen que cierra este texto; una frase mítica del único creador que tal vez hubiera sido capaz de imaginar un vínculo tan singular entre la ansiedad y la música del siglo XX. Y mañana será otro día.